jueves, 16 de octubre de 2008

El rescate y muerte de Atahualpa


Estando en prisión Atahualpa, venían los curacas a visitarle trayéndole obsequios, en oro y plata. El Inca se dio cuenta entonces de que el oro y la plata tenía para los españoles otro valor, diferente, al que él y su pueblo le daban. También se dio cuenta y convenció que la única forma de salvarse era ofreciéndoles gran cantidad de oro y plata. Y así lo hizo. Le propuso a Francisco Pizarro: "...daría de oro una sala que tiene 22 pies de largo y diecisiete de ancho, llena hasta una raya blanca que está en la mitad del alto de la sala; y dijo que hasta allí henchiría la sala con diversas piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras piezas, y que de plata daría todo aquél bohío dos veces lleno, y que esto cumpliría dentro de dos meses" .

La propuesta hizo estremecer de codicia a los españoles, y Pizarro se apresuró a confirmar la promesa por escrito en un acta ante escribano. Atahualpa le informó además del Templo de Pachacámac y de sus riquezas, que se encontraba a "diez jornadas al sur".
Pizarro comenzó a tomar una serie de providencias; reforzó la seguridad de Cajamarca, con obras civiles, en las cuales trabajaron "muchos indios huascaristas". El primer cargamento de oro ofrecido por Atahualpa llegó del sur y lo trajo un hermano del Inca, "trájole unas hermanas y mujeres de Atabaliba, y trajo muchas vasillas de oro; cántaros y ollas y otras piezas y mucha plata, y dijo que por el camino venía más; que como es tan larga la jornada, cansan los indios que lo traen y no pueden llegar tan aína; que cada día entrará más oro y plata de los que quedan más atrás". "Y así, entran algunos días veinte mil, y otras veces treinta mil, y otras cincuenta, y otras sesenta mil pesos de oro en cántaros y ollas grandes de tres arrobas y de a dos, y cántaros y ollas grandes de plata y otras muchas vasijas". Pizarro iba acumulando esas piezas en uno de los aposentos donde estaba Atahualpa, "hasta que cumpla su promesa".
Estando en Cajamarca Pizarro, arribaron al puerto de Manabi (actual Ecuador) seis navíos. El 20 de enero de 1533, Pizarro recibió mensajeros enviados desde San Miguel de Piura, avisándole tal arribo. Tres de las naves mayores arribaron de Panamá, al mando de Diego de Almagro, con 120 hombres. Las otras tres carabelas llegaron de Nicaragua, con 30 hombres más. En total desembarcaron, además, 84 caballos. El cacique de Túmbez entró en rebeldía, más no levantó a su gente.
Esta tercera etapa de la conquista fue más de consolidación del triunfo que habían tenido en la plaza de Cajamarca y de reparto del primer botín de guerra. A Francisco Pizarro debió preocuparle no sólo la presión de sus hombres para el reparto del oro y la plata, sino la presión de debían estar recibiendo sus socios en Panamá y Nicaragua para el pago de los fletes y demás pertechos. Para demostrar el éxito de su empresa y poder así reclutar más gente para la empresa, gente que por otro lado debía necesitar con suma urgencia, dada la escasez de hombres con que contaban.
El 6 de enero de 1533, Hernando Pizarro, con Francisco de Jerez, secretario del Gobernador, parten con 20 hombres a caballo, algunos de infantería y varios indios auxiliares, hacia Huamachuco, por orden de Francisco Pizarro. El 21 de enero de 1533, ingresó a Cajamarca otro cargamento de oro y plata, traídos por otro hermano de Atahualpa. Fueron “trescientas cargas de oro y plata en cántaros y ollas grandes y otras diversas piezas”. Este hermano del Inca, informó también de la existencia de otro cargamento que se encontraba en Jauja, al mando del general Challcuchimac. En Huamacucho, los españoles calman al conquistador Pizarro, al informarle que todo se encontraba en calma, a lo que Pizarro les ordena avanzar hasta Pachacámac, ya que tenía de rehenes a los señores de este lugar, que también habían ofrecido oro y plata por su libertad.
Entre tanto, en Cajamarca, la ambición de los españoles llegaba a límites extremos, lo que obligó a Pizarro a comisionar a un hermano de Atahualpa, a los españoles Pedro Martín de Moguer y a Martín Bueno, negros esclavos y cientos de indios aliados, para que viajen al Cuzco, por el Cápac Ñam, y apresuren el envío del oro y plata de Xauxa y se informen de la situación en la capital del Imperio. Esta tropa salió de Cajamarca el 15 de febrero de 1533.
El 14 de abril de 1533, llega Diego de Almagro a Cajamarca y el 28 del mismo mes, entró otro cargamento de oro y plata a esa ciudad, procedente de Xauxa; traían “ciento siete cargas de oro y siete de plata”.
El 25 de marzo de 1533, llega a Cajamarca el grupo enviado al mando de Hernando Pizarro; habían recorrido Huamachuco, el Callejón de Huaylas, Pachacámac, Xauxa, las pampas de Junín y el Callejón de Conchucos. De Pachacámac, traían “veintisiete cargas de oro y dos mil de plata” y un rehén importante: el general Challcuchimac, apresado en Jauja.
El 13 de mayo de 1533, la presión de los españoles, por el reparto del botín de guerra era tal, que obligó a Pizarro a empezar la fundición de las piezas de oro y plata que había en Cajamarca; además, existía el convencimiento de Francisco Pizarro, que ya se había recolectado la mayor parte del oro y plata de este reino.
Uno de los españoles, que había ido al Cusco, informó a Pizarro que “se había tomado posesión en nombre de su majestad en aquella ciudad del Cusco”, entre otras cosas, como el número y descripción de las ciudades existentes entre Cajamarca y el Cusco, de la cantidad de oro y plata recogidas, entre otras cosas. Quizá un dato importante que informan a Pizarro es la presencia en el Cusco del general Quízquiz con “treinta mil hombres de guarnición”.
El 13 de junio llega a Cajamarca el oro y plata procedentes del Cusco y de Jauja, eran “doscientas cargas de oro y veinticinco de plata”. Días después llegaron “otras sesenta cargas de oro bajo”.
Villanueva Sotomayor, nos dice sobre Francisco Pizarro, para cuidar sus “dos tesoros” (el Inca y las riquezas de oro y plata): “El Gobernador hacía resguardar la plaza fuerte de Cajamarca con una vigilancia permanente, por rondas, de 50 soldados de a caballo, durante el día y gran parte de la noche. Durante las madrugadas, era de 150 de a caballo, amén de los espías, informantes y vigías de pie; indios y españoles”.
Finalmente, el 18 de junio de 1533, el Gobernador Francisco Pizarro, ordenó fundir lo recaudado y se repartiese. Toda la fundición arrojó un valor total de “un ciento y trescientos mil veintiséis mil quinientos treinta y nueve pesos de buen oro” (1.326.539 pesos de oro). En el libro “El Perú en los tiempos modernos”, se dice al respecto: “Luego de pagar los derechos del fundidor, el quinto real para la Corona española fue de 262.259 pesos de oro de alta pureza; el fundidor al que se le pagó fue un orfebre español. Pero toda la fundición la hicieron metalistas indígenas, de acuerdo con su método. “Comúnmente se fundían cada día cincuenta o sesenta mil pesos. Esta fundición fue hecha por los indios, que hay entre ellos plateros y fundidores, que fundían con nuevas forjas”. El total de plata fundida se valorizó en 51.010 marcos. A la Corona le tocó 10.121 marcos.
Los de a caballo recibieron en total: 610.131 pesos de oro y 25.798,60 marcos de plata. Promedio individual: 9.386,60 pesos de oro y 396,90 marcos de plata. Los de infantería recibieron en total: 360.994 pesos de oro y 15.061,70 marcos de plata. Promedio individual: 3.438 pesos de oro y 143,4 marcos de plata.
El Gobernador, según su criterio, premió a unos con más y a otros les quitó algo. También entregó unos 15.000 pesos de oro a los vecinos que quedaron en San Miguel. A Diego de Almagro y sus huestes les repartió de acuerdo con su criterio. Les dio 20.000 pesos de oro para que se repartan entre todos ellos. Pos supuesto, recibieron mucho menos que los caballeros e infantes que intervinieron directamente en la captura de Atahualpa.
Almagro había pedido que a él y a sus compañeros les tocase la mitad que a los de Cajamarca. Como no se pusieron de acuerdo, fue otro motivo para que ambos socios se distanciasen más, arrastrando en sus diferencias a los soldados que estaban bajo el mando de cada uno de ellos. Los que en Cajamarca se beneficiaron del repartimiento fueron el cura Valverde, 65 de a caballo y 105 de infantería. En total: 171 conquistadores. Según Pablo Macera:
“El Rescate de Atahualpa consistió en 6,087 kilogramos de oro y 11,793 kilogramos de plata. A cada soldado a caballo le tocaba 40 kilogramos de oro y 80 kilogramos de plata. A los peones, la mitad. A los soldados con perros más que a los peones. A Pizarro 7 veces lo que a un jinete de caballo, además del trono de Atahualpa que pesaba 83 kilogramos de oro. Los sacerdotes recibieron la mitad de un peón”.
Esta fortuna, que consiguió cada español, generó la “primera inflación de la historia del Perú”. Todo subió de precio. Sacando la media de lo expuesto por Villanueva Sotomayor, tenemos que al día siguiente del reparto, hubo una inflación promedio del 32.17%.

Muerte de Atahualpa
Nunca estuvo en la mente del Gobernador Francisco Pizarro, respetar la vida del Inca. Para continuar con su estrategia, inventó rebeliones de los leales a Atahualpa, responsabilizándolo de actos de traición.
“Luego el Gobernador, con acuerdo de los oficiales de su majestad y de los capitanes y personas de experiencia, setenció a muerte a Atabaliba, y mandó por su sentencia, por la traición por él cometida, que muriese quemado si no se tornase cristaiano…, Atabaliba dijo que quería ser cristiano…, y bautizóle el muy reverendo padre Fray Vicente de Valverde…”.
Le pusieron de nombre Francisco y no de Juan, como muchos han asegurado. Juan de Santa Cruz Pachacuti, sostiene en tiempos de Vaca de Castro, que el Inca fue muerto por garrote; “… se le dio una vuelta al cuello con un cordel y de ese modo fue ahogado”, nos dice Sancho de la Hoz. Por su parte Jerez, dice: “…a la hora que fue preso y desbaratado”.
La sentencia a muerte, fue dada el viernes 25 de julio de 1533 y al día siguiente sábado 26 de julio de 1533, fue muerto en la plaza de Cajamarca. Hay cierta discusión sobre las fechas. Franklin Peace, de un documento del Archivo de Indias, encontrado en Sevilla, por él, dice:
“Y en dicho pueblo de Caxamalca en treinta y un días del dicho mes de julio en presencia de los dichos oficiales de S.M. manifestó Francisco Pizarro mil ciento ochenta y cinco pesos en piezas labradas de indios que dijo que se le había dado el cacique Atahualpa y manifestóles después de la muerte de dicho Atahualpa cinco días”.
Por su parte María Rostworowski, escribe:
“Es lógico suponer que la muerte del Inca ocurrió después del 8 de junio y antes del 29 de julio de 1533. La partida de Cajamarca se inició a mediados de agosto por grupos, el 26 de ese mismo mes, estaban en Andamarca y el 2 de setiembre arriban a Huaylas. La fecha antojadiza del 29 de agosto es completamente equivocada y se hace necesario rectificar el error”.
Muerto Atahualpa, termina la dinastía de los Incas, que gobernaron el Imperio (aunque Atahualpa, no fue reconocido por las panacas reales cusqueñas, los españoles lo consideraron Sapa Inca). Para guardar las apariencias, y tener un seguro hasta la toma del Cusco, Francisco Pizarro, nombra otro Sapa Inca, que recae en un hijo de Huayna Cápac, duodécimo Sapa Inca del Imperio: Túpac Huallpa, y que los cronistas españoles nombran como Toparpa, quien reconoce vasallaje al rey de España.
Se dice mucho sobre la amistad de Hernando Pizarro con el Inca Atahualpa, cuando éste último estuvo en prisión. Curiosamente, antes del juicio al, su hermano Francisco Pizarro, lo comisiona para que lleve a España el primer botín. A su retorno al Perú, fue nombrado Gobernador del Cusco. Villanueva Sotomayor, dice:
“La ausencia temporal de Hernando Pizarro no descarta una maniobra maliciosa de los conquistadores, ya sea por culpa de él o por imposición de su hermano. ¿Hernando Pizarro ya sabía que iban a matar al Inca? ¿Fue ese viaje una salida airosa del capitán español, único amigo de Atahualpa Inca? ¿O fue una premeditada maniobra de su hermano Francisco para alejarlo y que no interfiriera en las decisiones drásticas que ya pensaba tomar con la vida del Inca?”
Lo cierto, es que Hernando Pizarro, con el botín, que representaba el “quinto real”, es decir, la quinta parte del botín de Cajamarca, salió de esta plaza, con rumbo a San Miguel de Piura; ahí embarcaron rumbo a Panamá, cruzando el istmo, se embarcaron nuevamente hacia Sevilla, España. La primera de las cuatro naos, llegó a Sevilla, el 5 de diciembre de 1533, con los españoles Cristóbal de Mena y Fray Juan de Sosa (misionero de la Orden de La Merced); el oro y la plata que se desmbarcó de dicha nao, ascendía a 38.946 pesos. El 4 de enero de 1534, arribó y ancló en Sevilla la nao “Santa María del Campo”, en donde estaba embarcado Hernando Pizarro. Desembarcó con 153.000 pesos de oro y 5.048 marcos de plata. Todo lo traído de Perú, fue depositado en la Casa de Contratación de Sevilla; de ahí fue trasladado al aposento del rey de España. Finalmente, el 3 de junio de 1534, llegaron las otras dos naos, en donde estaban embarcados Francisco de Jerez, primer secretario del Gobernador Francisco Pizarro y Francisco Rodríguez, en una y otra nao; se desembarcó de estas naos, 146.518 pesos de oro y 30.511 marcos de plata. Villanueva dice que el total desembarcado por las cuatro naos,
“… fue valorizado en 708.580 pesos. El peso y el castellano eran monedas equivalentes; pero cada uno era igual a 450 maravedíes. Sólo el oro fundido (convertido en barras y otros pedazos) se valorizó en 318.861.000 maravedíes. La plata fundida valió 180.307.680 maravedíes”.